Rosario de Acuña, masona y librepensadora
Tal día como hoy, 5 de mayo del año 1923, fallecía en su casa de El Cervigón Rosario de Acuña y Villanueva. Una traicionera embolia cerebral acabó de manera inesperada con la vida de quien, renunciando a los privilegios que su distinguido origen le tenía reservados, prefirió caminar con valeroso entusiasmo por la intrincada senda de la «verdad y la libertad», por más que tal decisión le acarreara todo tipo de penalidades.
Nacida el primero de noviembre de 1850 en el seno de una distinguida familia que hundía sus orígenes en las raíces de los Grandes de España, sus primeras décadas de vida debieron semejarse bastante a las de aquellas jovencitas de la burguesía madrileña que la novela realista tan bien nos ha retratado: una vida cómoda salpicada por fiestas, teatro, viajes, modas... y ¡poesía!, para la que la señorita de Acuña parece estar especialmente capacitada, a tenor de los parabienes que reciben algunas de sus obras.
En 1876 su vida parece felizmente encarrilada: en febrero alcanza un clamoroso éxito con el estreno de «Rienzi el tribuno», su primera obra dramática; y en abril se casa con el capitán de Infantería Rafael de Laiglesia y Auset, con quien a finales de junio se traslada a Zaragoza, donde el matrimonio fijará su nueva residencia. Sin embargo, unos años después Rosario se separa de su marido, se declara librepensadora, ingresa en la masonería y se convierte en una escritora militante. A partir entonces su pluma se convierte en arma demoledora al servicio de la libertad de pensamiento, el racionalismo, la educación laica, el republicanismo o la defensa de los más desfavorecidos. Sus numerosos artículos, publicados en diversos periódicos y revistas, tanto del país como del extranjero, dan cumplido testimonio de su lucha, larga y penosa lucha, contra el fanatismo, el fundamentalismo religioso y la postergación social a la que está sometida la mujer.
El cambio de rumbo en la vida de Rosario de Acuña se produjo a mediados de la década de los ochenta, cuando su vida mediaba la treintena. Fue entonces cuando ingresó en la logia Constante Alona de Alicante y cuando, puesta a buscar un nombre simbólico, dio con Hipatia, filósofa griega que, tras algún tiempo explicando a Platón y a Aristóteles en la escuela que abrió en Alejandría, murió lapidada en los albores del siglo V por las huestes del fanatismo hábilmente incitadas por algunos de los monjes del lugar. Todo un símbolo al que nuestra escritora convierte en protagonista de la obra que con el escueto título de «Hipatia» publica en 1886.
Fuente: La Nueva España - Asturias
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